En el nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo, un Solo Dios, Amén.
Cristos Anesti, Alisos Anesti. Cristo resucitó, verdaderamente resucitó.
Les felicito a todos por la Gloriosa Fiesta de la Resurrección. La fiesta en la cual se acaba un santo ayuno que duró por cincuenta y cinco días. Celebramos la Gloriosa Resurrección durante los próximos cincuenta días, los cuales llamamos los Santos Cincuenta.
En la Gloriosa Fiesta de la Resurrección, celebramos la obra de Dios para con nosotros, en la cual nos concedió una triple bendición a través de su Resurrección. Nos concedió el amor, la gracia, y el compañerismo. Eso es lo que siempre expresamos en la frase final de cada oración. Decimos “el amor de Dios el Padre, la gracia de Su Hijo Unigénito, el compañerismo y los dones del Espíritu Santo”. Y esta triple bendición hemos recibido debido a la Gloriosa Resurrección.
Primero, el amor con el cual Dios nos amaba es tanto que vino al mundo. Lo amamos porque él nos amó primero (1 Juan 4:19). Así era la gloriosa encarnación. La gloriosa encarnación era el pasaje de Dios para llegar a nosotros aquí en la tierra. Su amor no era ni teórico, verbal, ni ajeno sino un amor verdadero. El Verbo vino y se hizo carne y habitó entre nosotros y vimos Su gloria (Juan 1:14). Así es como Dios amaba al mundo. No hay amor tan poderoso como el de cuando el Amante se acerca al amado. Cada persona entre nosotros volvió a ser el amado de nuestro amoroso Dios.
Después vino la gran gracia, la gracia de la Resurrección, la gracia del perdón, la gracia de la renovación. Adquirimos cada gracia por la obra de Cristo. Su encarnación en la tierra y después su gloriosa muerte en la cruz por causa nuestra. Finalmente, su resurrección para nuestra salvación. Tanta gracia concede al hombre la gracia de la Resurrección. Tal como sabemos, la Resurrección tiene que ver con “el acto de levantarse”, un acto poderoso. Una persona que se sentó y después se levantó y siguió parado. Es una muestra de disposición y una muestra de que una persona goza de plena salud: que se levante. Por eso, empezamos la alabanza diaria diciendo: “Levántense, oh hijos de la luz, alabemos al Señor de las potestades”. Los hijos de la luz son los hijos de la Resurección. Y empezamos con el verbo, “Levantarse”. Ésta es la Gloriosa Resurrección que disfrutamos.
Es más, el compañerismo del Espíritu Santo, el cual nos une a todos en una Iglesia, en una fe, en una obra, en una esperanza y que empieza con un solo amor. Nosotros llegamos a ser miembros del cuerpo de Cristo. Y Cristo se hace la cabeza de tal. La obra del Espíritu Santo en nosotros es unirnos a traves de los santos sacramentos, las oraciones, las lecturas y por cada práctica espiritual.
Así es el amor, la gracia y el compañerismo. Por lo tanto, en cada oración, el sacerdote concluye con esa frase final. Nos recuerda de las obras de Dios por nosotros: el amor, la gracia y el compañerismo. Es nuestro programa de vida dentro de las lecturas de la iglesia. Se encuentra en el evangelio de la misa a lo largo del año copto. En los meses de tut y babah, aprendemos sobre el amor de Dios. En los próximos siete meses, en Hathor, aprendemos sobre la gracia del Hijo Unigénito, que obra con nosotros. De allí, en los meses restantes del año copto, aprendemos del compañerismo, el talento, y el don del Espíritu Santo.
La Resurrección es un gran poder. Una de las historias más bellas en la cual se detalla tal poder simbolicamente es lo siguente: Algunos niños le preguntaron al fuego, “¿Es usted lo más fuerte que hay en la tierra?” Les dijo, “No, el agua es más fuerte que yo.” Entonces se fueron y le preguntaron al agua, “¿Es usted lo más fuerte que hay en la tierra?” Les dijo, “No, el Sol es más fuerte que yo. Me evapora.” Se fueron entonces al Sol, “¿Es usted lo más fuerte que hay sobre la tierra?” Les dijo, “No, las nubes me dan sombra y me cubren.” Se fueron a una nube y le preguntaron, “¿Es usted lo más fuerte que hay en la tierra?” Les dijo “No, el aire me mueve de un lugar a otro.” De allí, se fueron al aire y le preguntaron, “¿Es usted lo más fuerte que hay en la tierra?” Les dijo, “No, la montaña es más fuerte que yo, porque en mi camino me encuentro con una montaña que me hace cambiar de dirección y no me la puedo cruzar.” Se fueron a la montaña y le preguntaron, “¿Es usted lo más fuerte que hay en la tierra?” Les dijeron, “No, el hombre es más fuerte que yo, porque me puede destruir.” Entonces se fueron al hombre y le preguntaron, “¿Es usted lo más fuerte que hay en la tierra?” Les dijo, “No, la muerte es más fuerte que yo. No soy capaz de vencerla.” Se dijeron, “Pues, vayamos entonces a preguntar a la muerte.” “¿Es usted lo más fuerte que hay?” Les dijo, “No, Cristo es más fuerte porque a través de la muerte, triunfó sobre la muerte. Por la muerte de Cristo sobre la cruz, derrotó a la muerte. Tal como el Apóstol Pablo nos enseña, “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” (1 Corintios 15:55) Cristo murió sobre la cruz y resucitó de la muerte para vencer a la muerte. Así, tenemos la vida eterna. Nosotros decimos, “Cristo resucitó de la muerte.” Por la muerte, pisó sobre la muerte y a los que estaban en la tumba, concedió la vida eterna.
Les felicito a todos en esta Gloriosa Fiesta de la Resurección. Les felicito a todos los metropolitanos, obispos, sacerdotes, hegúmenos, y presbíteros. Les felicito a todos los diáconos, y arcedianos. Les felicito a todos los siervos y a todas las familias coptas que están celebrando la Gloriosa Fiesta de la Resurección. Les felicito a todos los niños y a los jovenes en cada iglesia, en cada servicio y en cada rincón del mundo. Es muy afortunado que todos nosotros celebremos juntos la Gloriosa Fiesta de la Resurección. Todos los cristianos alrededor del mundo celebra la Gloriosa Fiesta de la Resurección en el mismo día. Es afortunado porque este año también se celebra el siglo decimoséptimo desde el primer Concilio Ecuménico desde Nicea, en el cual se formó el credo: “En verdad, creemos en un solo Dios.” Les felicito a todas las iglesias alrededor del mundo. Les felicito a todos los que obran y sirven. Y les comparto todo el amor de la Iglesia Madre en Egipto. A todas nuestras iglesias en América del Norte, del Sur y Europa. En África, en la Sede de Jerusalén, en Asia y en Australia. Les felicito a todos. Les deseo una fiesta bendecida y una resurección con Cristo. Y un gozo que dura toda la vida. Y que no nos olvidemos del amor, de la gracia y del compañerismo. A nuestro Dios sea toda la gloria y el honor, ahora y siempre. Amén.
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